«En mi caso te diría que quiero tener uno o dos años de hacer nada. No quiero que nadie me diga nada más.»

«En mi caso te diría que quiero tener uno o dos años de hacer nada. No quiero que nadie me diga nada más.»

Emanuel Ginóbili es amo y señor en los Spurs, es ejemplo afuera del campo, es un personaje que supo cómo construir una carrera que hoy a los 40 años parece no tener fin.

Durante 16 años ocupaste el centro de la escena, en una exposición total, ¿Es muy difícil ser Manu Ginóbili?

Fácil no es, pero supongo que es más difícil trabajar en una mina de carbón que ser Ginóbili. Se me dio todo lo que soñé y más. Tengo un trabajo ideal, la paso bien, me gusta, al mismo tiempo puedo proveer para mi familia cómodamente, así que no puedo quejarme de nada. Quizá fue un poco más duro al principio, por el hecho de pasar prácticamente de ser un ignoto jugador de básquet que actuaba en Italia, al que le iba bien, que tenía una vida relativamente normal, a salir campeón de la NBA en 2003, medalla de oro 2004, campeonato 2005… Hubo una explosión de popularidad, de exposición y de compromisos que no me esperaba y me afectó un poco.

Cuando se es joven no es fácil tener los pies sobre la tierra, ¿sentiste que te pasaba, que te mareabas?

-No sé si pasó o no. La verdad es que no me di cuenta. Sí en aquel momento, en plena exposición, entre 2003 y 2006, advertía que perdía la paciencia más fácilmente y eso me afectaba mi humor. Sentía que no podía hacer cosas que antes sí, me sentía observado en algunas otras. Pero no fue una mochila de 700 kilos cargar con toda esa cuestión. Hay atletas en otros deportes, que tienen una popularidad 100 veces mayor, y quizá a ellos les pueda afectar el día a día. En mi caso fue muy menor todo ese asunto.

El cable a tierra, ¿dónde lo enchufás?

-En mi familia, lógicamente. El hecho de haber llegado acá y tener a mi mujer (Marianella Oroño, Many) para desconectarme una vez que se terminó un partido es determinante. Y más allá de cualquier resultado, después de un campeonato o de una eliminación. Hablamos de cualquier otra cosa cuando estamos juntos. Quizá te llevás un poco de tu actividad en las primeras horas, pero al día siguiente ya te olvidás, hablás de otros temas, planeás otras cosas y el básquet queda un poco en segundo plano.

Nadie se anima a asegurar que te vas a retirar, ¿te das cuenta de eso?

-No sé si es el último año. Lo vengo diciendo desde 2013, así que yo voy, juego y trato de hacer lo mejor que puedo. Después si decidimos que se puede seguir, que estoy bien tomando esa determinación y que no es una carga o un malestar el hecho de jugar, sigo. En caso contrario cuelgo las zapatillas y a otra cosa.

Es curioso que siendo tan metódico no tengas tan claro qué va a pasar después de tu vida de jugador.

-En el atleta no es tan raro. De los que yo conocí, son muy pocos los que tienen el camino decidido. Te diría que del grupo de la selección, el que se advertía que tenía un futuro definido era Pablo (Prigioni, entrenador). Después, Pepe (Sánchez), Fabri (Oberto), el mismo Luifa (Scola) que te lo dijo hace poquito, Chapu (Nocioni), no encontraron respuestas a esa idea. Pasamos tantos años acatando órdenes dentro de una cancha y usando el físico tanto, que la necesidad es bajar un cambio. En mi caso te diría que quiero tener uno o dos años de hacer nada.

En un momento de tu carrera donde te replanteás tantas cosas, ¿aparecen los miedos?

-No tengo miedo para el día después, tengo dudas de cómo voy a reaccionar a tener tiempo. Es lo que todo el mundo quiere, si te pregunto a vos qué te gustaría tener, me vas a decir: tiempo. El tema es que cuando lo tenemos hay que ver cómo lo usamos y qué sentimos ante esa avalancha de tiempo que nunca antes tuviste y ahora sí vas a tener. Espero estar preparado para poder disfrutarlo como quisiera.

 

Fuente: La Nacion