Las transacciones cripto ganan terreno en el comercio internacional

Las transacciones cripto ganan terreno en el comercio internacional

Mientras que el peso argentino sufre las consecuencias de la emisión, y su responsabilidad sobre la imparable inflación, avanza a paso firme una nueva manera de realizar transacciones

El dinero tiene tres funciones.

La primera es ser unidad de cuenta, es decir que los precios se expresen en función del mismo. Otra es ser medio de cambio, es decir, que no lo adquirimos para consumirlo o emplearlo en la producción sino para ser intercambiado por otros bienes. A lo largo de la historia de la humanidad muchas cosas han cumplido la función de dinero: el oro y la plata, pero también el cobre, las cuentas de vidrio, la sal, piedras de gran tamaño, alcohol y cigarrillos. Finalmente, la tercera razón es su “vendibilidad”, la capacidad de conservar valor en el futuro, ser reserva de valor. Y acá hay algo importante, y es que para conservar el valor a futuro es necesario que la oferta de ese bien no se incremente demasiado.

Incentivados por el valor como dinero de muchos de los bienes nombrados, el hombre fue incrementando la producción, disminuyendo el cociente existencias (stock) y nuevos flujos, hasta que la humanidad los fue dejando de lado y reemplazando por nuevos bienes más escasos.

El único -hasta ahora- bien por excelencia que conservó su valor como dinero es el oro. Hay un stock de alrededor de 180 mil toneladas de oro extraído sobre la superficie de la tierra hoy, de las cuales 33.000 están en manos de los bancos centrales. Los nuevos flujos rondan en un 2% interanual aproximadamente, y es imposible producirlo químicamente. La plata perdió valor como dinero y pasó a ser más bien un bien industrial, porque se corroe con el tiempo y sus nuevos flujos se ubican en torno a un 20% interanual.

Dinero fiat

Cuando hablamos del dinero fiat, hablamos del dinero regulado por los gobiernos (del latín fiat, significa hágase, en alusión a su creación por decreto). Al principio, este dinero estuvo respaldado por el oro, por lo tanto, si teníamos un billete en la mano era lo mismo que tener oro. Inglaterra fue el primer país en implementar el patrón oro en 1717, y el mundo lo fue adoptando hasta la Primera Guerra Mundial (salvo Suecia y Suiza que lo conservaron hasta la década de 1930). Con la tentación de los gobiernos de emitir moneda sin respaldo, ahora lo que tenemos en mano no es oro sino deuda del gobierno. Sin embargo, el hecho de que parte de las reservas de los bancos centrales sean aún en oro ratifican su valor como dinero sólido en la actualidad.

El problema del dinero fiat es que su emisión sin reparo trae inflación, además de tasas de interés artificiales, incertidumbre con los tipos de cambio, el desincentivo del ahorro como valor social, la sobrevaloración del consumo y la tendencia a asignar ineficientemente los recursos. Lo peor es la inflación, sobretodo en países como el nuestro, por ser un impuesto que transfiere recursos de la sociedad al Estado, y afecta sobre todo a los más pobres que utilizan el dinero que tienen en mano para la diaria. Un dato que ilustra la tentación estatal con el dinero fiat: el mercado de divisas mundial es 25 veces más grande que el PBI mundial.

La primera

Cuando Friedrich Hayek escribió “La desnacionalización del dinero” en 1976, no imaginó que hoy contamos con más de 8800 criptomonedas según acusa www.coingecko. com. En 1997, Davidson y Reesmog en “The Sovereign individual” anticiparon con doce años de antelación la creación de una moneda digital como Bitcoin.

Bitcoin, la primera de todas, creada en 2009 por un misterioso Satoshi Nakamoto, de quien nada se sabe, es la más fuerte por tener un ratio existencias/flujo inamovible que alcanzará las 21 millones de monedas en 2140 (en este momento hay algo más de 18 millones emitidas). Además, es la única que no tiene riesgo de contraparte y no depende de terceros. Las demás (altcoins), pertenecen a desarrolladores privados a quienes los Estados podrían apuntar cañones. Bitcoin tiene vida propia ya y ha demostrado ser inviolable.

Todavía debe enfrentar algunos problemas con su implementación masiva. Por ejemplo, la volatilidad actual, que según anticipa Saifedean Ammous irá cediendo a medida que su valor actual se incremente varios múltiplos y su uso se masifique. Otro problema es la escalabilidad en la red (puede procesar sólo 7 transacciones por segundo).

El proceso de registro en el libro mayor de su blockchain está descentralizado en miles y miles de ordenadores de todo el mundo (de ahí que es incontrolable para los Estados). Eso implica que asentar datos puede ser lento y las comisiones subir rápidamente o que deban hacerse registros off chain al final del día por operadores que unifiquen los asientos. Una tecnología que puede cambiar esto, y está en discusión hoy es Lightering network. Otras altcoins, como Algorand, creada por el galardonado criptógrafo del MIT Silvio Micali, puede procesar 46 mil transacciones por segundo, casi el doble de sistemas centralizados.

Su uso en comercio exterior

El dinero digital se está convirtiendo en una realidad que, con seguridad, será parte de nuestra vida en no tantos años. El Salvador está pensando su bitcoinización, Brasil estudiando crear el Real digital y China su Yuan digital.

A nivel global las transacciones pueden alcanzar la instantaneidad desplazando el actual sistema Swift. Queda por verse cómo se comportarán los Estados. A bitcoin no podrán domarlo, sólo podrán establecer regulaciones accesorias, ya que está vivo en la red, no en una oficina puntual. Tomemos por ejemplo la Argentina: el Estado podría obligarnos a declarar y tributar por nuestra actividad legal, pero ¿podría elegir por nosotros el medio de pago? Si el dólar para la gente está a 180 pesos en la calle, pero cuando cobramos una exportación el BCRA nos lo paga a 96 ¿renunciaría a quedarse con esa renta? Esta discusión es la que viene.

La emisión sin reparo trae inflación, tasas de interés artificiales, incertidumbre con los tipos de cambio, el desincentivo del ahorro, la sobrevaloración del consumo y la asignación ineficiente de recursos

Fuente: La Nación