Lo que Trump grita, lo que Trump hace

Texto: Mariano Beldyk
 
El flamante presidente de los Estados Unidos no ahorra violencia verbal con nadie:
medios de comunicación, mexicanos, chinos, demócratas. Todos son culpables de algún
mal que sólo él se propone remediar. Hasta ahora, sin embargo, la tormenta que promete
arreciar países, personas y mercados no superó las redes sociales.
¿Cuán fuerte sopla en verdad el huracán Trump? El magnate llegó a la Casa Blanca con
grandes promesas y slogans aún más gigantescos y una retórica en la que no caben
alternativas: es “America First” (Primero Estados Unidos) o el abismo, un discurso tan
intimidante en sus ideas como abstracto en cuanto a sus contenidos. Aun así, le bastó
para abrirse paso en una de las campañas más polarizadas de la historia del Norte, al
punto que ahora no parece dispuesto a abandonarlo. ¿Hasta qué punto, sin embargo, las
palabras y acciones pesan igual en la gestión Trump?
“Las promesas de Trump a lo largo de su campaña fueron de incoherentes a totalmente
irreales. Y sus decisiones, por ahora, han sido de tenor más bien simbólico. Se han
percibido algunos movimientos en el plano de las regulaciones, pero el progreso en el
campo legislativo ha sido muy limitado y es casi seguro que ciertas acciones, como su
veto parcial a los musulmanes y otros inmigrantes, terminarán dañando el ritmo de
crecimiento”, comentó a Bank Magazine el economista Stan Veuger, del American
Enterprise Institute.
Es cierto que Wall Street vive un boom desde las elecciones de noviembre, y parte de ello
se atribuye a las promesas de Trump de liberarla de grilletes como la ley Dodd-Frank y
una reforma impositiva por venir que rebajará a la mitad los tributos que pagan las
corporaciones. Pero también existen circunstancias macroeconómicas que lo preceden,
como un crecimiento lento pero constante en torno del 2% anual desde 2009 y un
escenario cercano al pleno empleo (4,9%) que ponen en duda si la herencia es tan
“desastrosa” como Trump suele enfatizar.
Trump ha cargado las culpas de gran parte de los males sociales de Estados Unidos
sobre el llamado Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, en inglés), México y los
tratados comerciales firmados en el pasado. “Durante mucho tiempo, los estadounidenses
se han visto forzados a aceptar acuerdos que antepusieron los intereses de las elites de
Washington sobre los duros trabajadores, hombres y mujeres de este país. Como
resultado, las ‘blue-collar towns and cities’ –ciudades y pueblos obreros– han visto cerrar
sus fábricas y mudarse los puestos bien pagos al extranjero”, se lee en el capítulo
comercial del paradigma “America First” en la web de la Casa Blanca. El resultado: 94
millones de desocupados y más de 43 millones en la pobreza, de acuerdo con Trump.
Los economistas no abundan en la Casa Blanca de Trump. Lo que hay son
“negociadores”. Millonarios como él, empresarios y financistas de Wall Street a los que el
presidente convocó por ser “los más inteligentes y duros”. Trump les encomendó que
identifiquen cada violación y hagan uso de todos los instrumentos a disposición del
gobierno federal para poner fin a esos “abusos” de supuestos socios. Sin embargo, la
única decisión que figura en la web oficial de la Secretaría de Comercio luego del 20 de
enero es el decreto que pone fin a la incorporación del país al TPP, una movida que el
presidente y los suyos revistieron de tono épico pese a ser quizás la de más bajo costo
político, ya que incluso una parte de los demócratas lo rechazaba.
El otro “demonio” es el NAFTA, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, al que
amenazó con dinamitar si sus socios se negaban a renegociar. Tanto Canadá como
México colocan hasta un 70% de sus productos en el mercado estadounidense pero, a
ojos de Trump, no cargan con la misma culpa: mientras hizo de cálido anfitrión del premier
Justin Trudeau, canceló una reunión con el presidente Enrique Peña Nieto vía Twitter
porque no estaba dispuesto a “pagar por el muro”. La pared ha sido, sin dudas, la mayor
metáfora de todas. Lo usó como carta de presentación en su lanzamiento desde la Trump
Tower en julio 2015, fue la consigna que más veces repitió en campaña y una de las
primeras en convertir en decreto. Como tantas otras “políticas Trump”, nunca aclaró de
dónde pensaba obtener los 20 mil millones de dólares requeridos.
En rigor, hay un muro que preocupa más a México y tiene que ver con las inversiones.
Cuando no asocia explícitamente a los inmigrantes mexicanos con el delito, Trump alude
al país vecino al hablar de los salarios que descienden por culpa de los trabajadores en
negro y los miles de empleos que se perdieron por la relocalización de las fábricas al sur
del río Bravo y amenaza a esas empresas con cargar de impuestos a sus productos –un
35%– si no vuelven a Estados Unidos. Todavía no ha avanzado en ninguna de esas
direcciones, quizá porque la realidad sea un tanto alternativa a los hechos que esgrime la
Casa Blanca.
Un informe del Centro de Investigación para la Economía y Negocios de la Universidad de
Ball State demostró que el 87% de los empleos perdidos en la industria se explican por “la
búsqueda de ganancias, incluyendo la mejora en la cadena de proveedores, una mayor
inversión de capital y tecnología más avanzada” y no por –o no solo por– salarios en peso
mexicano.
Aun así, Estados Unidos ha sumado hasta 750 mil nuevos trabajos en el rubro de las
manufacturas desde el fin de la recesión en 2009. Y por citar otro caso emblemático en el
relato de la nueva Casa Blanca, Indiana, el estado del vicepresidente Mike Pence que
Trump tomó como caso testigo a partir del plan de la firma Carrier de mudar su planta de
aires acondicionados, ha vivido un aumento del 18% en los empleos manufactureros
desde el mismo año.
 
 
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“El presidente Trump ha honrado mis peores temores: su cinismo sobre la economía, su
total falta de respeto por el conocimiento y su deliberado desentendimiento sobre las
reglas y normas del comercio, y de la economía en general, son realmente horripilantes”,
sentenció Gene Grossman, académico de la Princeton University, ante la consulta de
esta publicación. Otros economistas directamente se negaron a opinar. Si bien es cierto
que la balanza comercial con México es deficitaria, la nación azteca ni siquiera ingresa en
el podio cuando se habla de balances negativos: se encuentra debajo de Alemania, Japón
y China, el otro gran “enemigo” de Trump.
¿Adversarios?
“Hemos perdido 60 mil fábricas desde que China se unió a la Organización Mundial del
Comercio en 2001”, presionó Trump en su discurso ante la Asamblea Legislativa el 1º de
marzo. Pese a ello, la administración de Obama se ha mostrado mucho más
proteccionista en la práctica de lo que ha sido Trump hasta ahora. Entre 2009 y enero de
2017, el gobierno demócrata inició 26 procesos ante la Organización Mundial del
Comercio, mucho más que cualquier otro miembro. Los ganó todos. De aquellas
demandas, 16 fueron dirigidas contra China, entre otras cuestiones, contra su producción
de acero y aluminio.
Obama siempre dejó en claro que el TPP era mucho más que un acuerdo comercial con
el sudeste asiático: se trataba de una decisión geopolítica. El primer ministro japonés,
Shinzo Abe, se lo recordó a Trump las dos veces que se reunió con él, antes y después
del 20 de enero. El vacío que deja el retiro de Washington será ocupado por Pekín, que
impulsa su propio acuerdo de librecomercio regional y se ha erigido como el campeón
global del librecambio desde Davos. Países del TPP, como Colombia, la han invitado a
ponerse al frente.
Trump dijo que estaba dispuesto a ir mucho más allá y acusar a China por manipular la
moneda, gravar sus importaciones con un 45% y hasta amagó con poner fin a la política
de “Una China” que Washington sigue desde los ’70, al dialogar telefónicamente con la
presidenta de Taiwán. Solo llegó a eso. En paralelo, Ivanka Trump, la hija mayor del
presidente que oficia como una Primera Dama en la sombras, tendió puentes con el
embajador de Pekín en Estados Unidos. Eso abrió canales de diálogo entre los cancilleres
de ambos países con vistas a una reunión entre Trump y Xi Jinping tras la comunicación
telefónica que mantuvieron.
“¡Vamos a hacer que Apple construya sus malditos equipos y cosas en este país y no en
otros países!”, juró Trump en enero de 2016 en alusión al ensamblaje chino. Obama había
intentado lo mismo, en otros términos. Se lo preguntó a Steve Jobs cuando aún vivía y
recibió como respuesta un rotundo “imposible”. Hay una cuestión de factibilidad en las
cadenas de producción que no pueden desmantelarse tan sencillamente, no importa
cuánto tuitee el presidente.
Un reporte de la firma IHS Technology sugiere que fabricar cada uno de los componentes
del iPhone dentro de las fronteras estadounidenses multiplicaría su precio. Y esto es algo
que vienen alertando varios economistas: el traslado de los altos costos a los precios
terminaría impactando en el bolsillo estadounidense. Si las fábricas buscarán bajar los
costos como han hecho otras que permanecen en el país, muy probablemente recurran a
la robotización, lo que dejaría un costo todavía peor con más estadounidenses sin
empleo. Trump sabe de estos temas porque parte de la producción textil de la Trump
Corp proviene de… China.
Austan Goolsbee, expresidente del Consejo de Consejeros Económicos de Obama en
2011, destacó a Bank Magazine que no es la única contradicción en el paradigma Trump.
“En cuanto a la política fiscal, se ha mostrado vago y contradictorio en sus promesas de
campaña, al punto que no hay forma de concretar acciones como equilibrar el
presupuesto, subir los fondos a la defensa, recortar impuestos a las corporaciones y, a la
vez, no tocar las jubilaciones y la cobertura sanitaria, y la lista es larga. Corre riesgo de
desperdiciar su 'luna de miel' para aprobar ciertas normas solo porque carece de ideas
específicas y no coincide con otras de su partido.” De momento, el huracán sopla fuerte
pero no despeina.