La Matrix y los vinos: Los blancos y los tintos que deslumbran

Los blancos y tintos que se salen de los parámetros establecidos son los que terminan emocionando a los amantes de esta noble bebida que buscan algo más que vinos ricos para beber.

Infinidad de discusiones tuve en su momento cuando dije que no me había gustado mucho la saga de películas Matrix. Gran parte de la gente las encontró fantásticas, exitantes y todo otro montón de calificativos, pero a mí, cuando las vi, la verdad es que no se me movió un pelo. Tiempo atrás las vi nuevamente y me aseguré de que, tal como lo suponía, la habría pasado mejor escuchando el concierto de Köln de Keith Jarrett o leyendo algún artículo The New Yorker, da lo mismo.
Así y todo, es entendible el éxito que tuvieron. Lo fascinante de esos loaded y reloaded es justamente el concepto mismo de la Matrix; la idea de que puede existir una Matrix, una construcción de una lógica en la que, en este caso, Morfeo, Neo y la recontra buena de Trinity se mueven durante gran parte de la película. La Matrix es la prisión que no pueden ni ver ni tocar, pero que está ahí; es la construcción de la realidad, o más bien el simulacro de la realidad, como diría el filósofo francés Jean Baudrillard mucho antes que la trilogía fílmica. La Matrix es lo que legitima los parámetros de lo posible o, más bien, lo que los crea.
Y bueno, especialmente en los tiempos que corren, vale la pena enterarse, o recordar en todo caso, que esos parámetros de lo posible también en nuestra vida diaria no son otra cosa que lo que la película (o Baudrillard) muestra: una construcción.
Esa construcción genera un tipo de previsibilidad y, en ella, además de los protagonistas fílmicos, se mueve la abominable mayoría de quienes alguna vez vimos el film. No se deprima ni se desoriente señora, señor, pero es así. Hay que consolarse pensando que siempre aparece alguno que está fuera de la Matrix, que se disparó para un lugar radicalmente diferente, que fue cargado con otro programa. Es cierto que son pocos, pero casi todos inmensamente convocantes. Pienso en un Antonin Artaud, o en desacatados furiosos de ese estilo.

 El mundo del vino tiene sus ejemplares que «se salen de la Matrix». Y tras probar miles y miles de vinos, me doy cuenta de que los blancos y tintos que más me han conmovido son aquellos que, en mayor o menor medida, se han escapado de ella. Aquellos que para ser elaborados tuvieron un input diferente al de los demás vinos y que también se dispararon para otro lado.

Es que por más que sean excelentes, incluso más allá de que me gusten mucho, nunca me han conmovido los vinos a la moda, ni los que pretenden ser otra cosa que genuinos productos de su terruño. Jamás me han terminado de cerrar esos blancos y tintos diseñados para impresionar, como si hubieran salido de un quirófano. No es que me moleste la Matrix; no podría tomar vino -ni vivir- si me molestara ese parámetro de lo posible. La Matrix está ahí y no puedo hacer ni decir nada a favor ni en contra de ella, pero creo que con los vinos es irremediable: los más maravillosos que recuerdo son aquellos que rompieron ese molde. Son esos vinos que jamás me pude imaginar, que ni pensé que podían siquiera existir y un día me los estaba bebiendo. Vinos que carecen de previsibilidad, que caminan por otra calle.
Y además de la calidad de la uva, lo que los hace diferentes, yo creo, es la «Matrix» tan singular de sus creadores. Esa concepción que usan para elaborar un vino personas únicas como Hans Vinding-Diers, Roberto Cipresso, Juampi Michelini o Sebastián Zuccardi. Los ejemplares que hace Pablo Fallabrino en Atlántida (Viñedo de los Vientos), Uruguay, o los que hace Leonardo Erazo en Itata (Rogue Vine), en el sur de Chile. Obsesión, locura, o quién sabe de cuántas maneras pueda llamarse.
En todas las disciplinas y ámbitos, siempre hay personas y cosas que tienen la capacidad de estar más allá de lo previsible. Como los de la película, en apariencia son iguales a todos los demás, pero en su esencia atesoran algo diferente, una introducción de variables con consecuencias impensadas que, al menos para mí, muchas veces terminan siendo conmovedoras.