Incertidumbre, cambio de metas y volatilidad cambiaria: los dilemas de la economía 2018

Es cierto que en noviembre podíamos aventurar que el inicio de 2018 prometía ser calmo. El resultado favorable del oficialismo en las elecciones de medio término, los datos de actividad del último tramo de 2017 mostrando una economía moviéndose al 3% impulsada por la inversión, el sobre-cumplimiento de la meta de déficit fiscal y fundamentalmente, la aprobación del paquete de reformas orientada a bajar el déficit fiscal y mejorar la competitividad -señalando la capacidad del gobierno de mantener la iniciativa en un frente clave para el mediano plazo- eran sin dudas buenas noticias que alimentaban un clima de optimismo.
Sin embargo, entre diciembre y febrero se produjo una seguidilla de “ruidos” que nublaron ese clima, generando algunas dudas sobre la trayectoria de la inflación, el tipo de cambio y el nivel de actividad en 2018. O sea, sobre la necesidad o no de re-calibrar el escenario base de este año.
El primer evento fueron los incrementos en las tarifas de electricidad y gas, a lo que se sumaron las subas de los precios de los combustibles, peajes, telefonía celular y prepagas. La inflación en GBA pegó un salto a 3,4% en diciembre (vs un promedio mensual de 1,5% en mayo- noviembre) y febrero también fue “calentito” con una suba piso en torno a 2,5%. Todas estas subas afectaron el poder adquisitivo del salario e impactaron en la imagen positiva del gobierno.
Mientras tanto, la trabajosa aprobación de la modificación de la fórmula de movilidad para el ajuste de haberes jubilatorios, con marchas y conflictividad, elevó la percepción de que el Gobierno deberá hacer un mayor esfuerzo para seguir avanzando en el proceso de reformismo permanente.
A ello se sumó la postergación (hasta nuevo aviso) de la reforma laboral y más tarde, las resistencias que generó el DNU de desburocratización del Estado, que obligará al Gobierno a discutir su contenido en tres proyectos legislativos.
El cambio en la meta de inflación también aportó ruido. Si bien con esta medida el gobierno apuntó a coordinar mejor la velocidad de la política monetaria con la de la consolidación fiscal gradual más lenta y blanquear lo que era un hecho (que las metas eran incumplibles) lo cierto es que esta medida afectó la credibilidad del Banco Central, generando algunas dudas sobre el alcance de su independencia y su accionar futuro.
Lo anterior, sumado al incremento de la incertidumbre proveniente del escenario externo, derivó en un salto de la paridad y mayor volatilidad cambiaria. Con ello, se fue configurando un primer trimestre algo más tenso, generando algunas preguntas en el empresariado sobre cómo sigue el escenario de corto plazo: ¿se frena el proceso de desinflación? ¿Hacia dónde va el tipo de cambio? ¿Y qué va a pasar con el nivel de actividad?
En relación al proceso de desinflación, es probable que continúe, pero más lento de lo que se esperaba. Concretamente, 2018 terminaría con niveles de inflación cercanos a 20%, por encima de la meta de 15% del BCRA, pero menores a los de 2017.
En la mayor dilación del proceso de desinflación incidirá el ajuste de tarifas (a la luz y el gas se le sumó ahora el comienzo del ajuste del transporte), el cambio de sesgo de la política monetaria, una suba del tipo de cambio nominal más pronunciada y la persistencia de dificultades para quebrar las expectativas.
Mientras tanto, la trayectoria del tipo de cambio seguiría a la inflación, aunque con mayor volatilidad tras el salto de comienzos de año.
Como supuesto clave detrás de esta proyección aparece un escenario no disruptivo a nivel internacional que permitiría que la oferta privada de divisas (cuyas principales fuentes son las exportaciones, la inversión de portafolio y los préstamos financieros y colocación de deuda –incluyendo provincias-) se acomoden a la demanda proveniente de las importaciones, el atesoramiento y el gasto en turismo, sin intervenciones significativas del BCRA.
De todos modos, cabe aclarar que, si por algún eventual “ruido” interno o externo las presiones cambiarias se hicieran sentir, el BCRA contará con margen de maniobra para intervenir o incluso, el Tesoro Nacional, podría vender directamente los dólares provenientes del endeudamiento público en el mercado de cambios. Con todo, el tipo de cambio nominal rondará en torno a los ARS/USD 21,8 a fin de 2018, marcando una devaluación nominal de 20,9%, ligeramente por encima de la inflación.
Por último, en relación al nivel de actividad, no puede descartarse que el primer trimestre de 2018 resulte magro, producto del escenario de mayores tensiones en el frente inflacionario y cambiario antes descripto, sumado al deterioro de las expectativas y la persistencia de “salarios viejos” hasta tanto se vayan cerrando las paritarias.
Sin embargo, la economía debería mejorar en el segundo segundo tramo del año, cuando hayan quedado atrás los ajustes de tarifas y aparezcan los “salarios nuevos”.
Si bien poder adquisitivo de las familias permanecería relativamente estable a lo largo de 2018, la masa salarial mostraría una suba real, asociada al crecimiento del empleo y la tracción del crédito, dando espacio a una suba del consumo en línea con la del PIB.
Mientras tanto, la inversión continuaría siendo la gran protagonista del crecimiento, con muchos proyectos públicos y privados ya lanzados y otros por lanzarse en el sector energético, automotriz, construcción, real state y agro, entre otros.
En síntesis, y aún a pesar los ruidos y tensiones, la economía argentina volvería a crecer por segundo año consecutivo en torno al 3%, lo que no sucedía desde 2010-2011.
En cualquier caso, es necesario considerar que las tensiones deben ser entendidas como el resultado lógico y natural del camino gradual de estabilización macro y reformas estructurales en el que ha ingresado Argentina.
El gradualismo es un sendero complejo de transitar con tensiones (que están y van a seguir estando presentes) pero hoy sigue siendo el único camino factible teniendo en cuenta las demandas de racionalidad que impone la economía y las restricciones provenientes de la política. En ese sentido, la clave no pasa tanto por las tensiones en sí mismas sino por la habilidad y capacidad del gobierno para administrarlas.
La buena noticia es que el Ejecutivo sigue teniendo margen de maniobra para accionar y efectuar una administración adecuada de las tensiones en la medida en que mantenga el rumbo y vaya efectuando con pragmatismo las correcciones que imponga la realidad.
Fuente: Dante Sica, Director de Abeceb y ex secretario de Industria, Comercio y Minería