La grieta económica en Argentina, ¿llegamos siempre al mismo lugar?

La macroeconomía nacional pareciera describir un perfecto círculo, que se repite en ciclos una y otra vez, para finalmente llegar siempre al mismo lugar.
No se trata de un reciente descubrimiento científico. Uno de los primeros en describir la secuencia fue el ingeniero Marcelo Diamand, brillante economista de raíz desarrollista. Entre sus textos célebres se destaca “El péndulo argentino: ¿hasta cuándo?”, escrito a fines de 1983. El autor describe el antagonismo de dos corrientes que pugnan cíclicamente por llegar al poder e imponer su agenda. Al recorrer las páginas (el texto se obtiene fácilmente en la web) el documento resulta predictivo. Es llamativa la exactitud con la que Diamand describe tres décadas antes el recorrido de la economía nacional durante los últimos 15 años.
La grieta más antigua
Hablar de “la grieta” se volvió moneda corriente en el ocaso del gobierno anterior. Un conocido periodista del prime time se atribuye la autoría del concepto, con el que buscó describir la disputa entre quienes adherían a las ideas del kirchnerismo y quienes se paraban en la vereda opuesta clamando por un cambio. La “novedosa” idea no hace más que poner a la vista una disputa que en materia económica se remonta en nuestro país al menos hasta principios del siglo XX. Se trata de la contienda entre dos visiones antagónicas del mundo y la economía, que luchan sistemáticamente por llegar al poder e imponer su programa. Por un lado la corriente “popular”, que inspirada en la escuela keynesiana persigue una mejora en la distribución del ingreso y llegar al pleno empleo mediante un sostenido aumento de la demanda agregada. Por el otro, la corriente “conservadora”, de corte neoclásico, cuyo objetivo es la “normalización” de la economía, la eficiencia del Estado expresada en un presupuesto equilibrado y la llegada de inversiones extranjeras.
Rápidamente se podría encasillar la década K en la corriente popular, y al actual gobierno en la corriente conservadora. Pero el simplismo queda de lado al ver la exactitud con la que Diamand describe la dinámica económica, y la coincidencia con lo acaecido en los tiempos recientes.
El autor indica que por lo general un gobierno popular se inclina por políticas que generen ampliación de beneficios sociales, aumentos nominales de salario y controles de precios, entre los que se incluyen los bienes, los servicios (tarifas) y el tipo de cambio. Una descripción acabada de la primera etapa kirchnerista en el poder. Si bien el modelo parece generar buenos resultados por un tiempo, las tensiones no tardan en aparecer. “El déficit del presupuesto crece, la balanza comercial se desequilibra, aparece el desborde sindical, surge el desabastecimiento y se acelera la inflación. El proceso culmina con el agotamiento de reservas del Banco Central y en una crisis de la balanza de pagos. La expansión se detiene y se inaugura una etapa económica caótica”, describe el autor, como haciendo una crónica del periodo 2011-2015.
El declive de la corriente popular da lugar a un salto hacia políticas ortodoxas, que en general se inician con una fuerte devaluación, el incremento de los ingresos del sector agropecuario, la caída de los salarios reales, una fuerte restricción monetaria y un enorme esfuerzo por atraer inversiones extranjeras. Nuevamente, el listado luce como una descripción del desembarco de Mauricio Macri en el poder.
Las políticas del gobierno conservador tienen un éxito inicial, indica Diamand, logrando cierta reducción en la inflación, la entrada de capitales extranjeros, la recuperación del salario real y del nivel de actividad. Éste pareciera ser el punto en el que se encuentra la economía nacional al inicio del 2018.
Pero según explica el autor se trata de un logro pasajero. “En algún momento del proceso sobreviene una crisis de confianza. El flujo de capitales financieros se invierte. Los préstamos del exterior que habían ingresado comienzan a huir. Se produce una fuerte presión sobre las reservas de divisas, una crisis en el mercado cambiario y una brusca devaluación. Caen los salarios reales, disminuye la demanda, la tasa de inflación otra vez aumenta vertiginosamente y se vuelve a caer en una recesión más profunda que la anterior”, previene Diamand, como si hace 34 años hubiese escrito la advertencia al gabinete macrista, acerca del riesgo latente en el actual modelo.
El infograma adjunto es elocuente. Permite analizar el paso del primer peronismo al gobierno de Aramburu, del desarrollismo de Illia a la llegada de Onganía, del segundo peronismo a la dictadura, o del kirchnerismo al actual gobierno. Casi un siglo de historia nacional cíclica.
¿El final está escrito?
Luego de observar en detalle la secuencia, es inevitable la pregunta: ¿es posible romper el ciclo para esquivar el final que anuncia la historia? El texto de Diamand anticipa que tanto gobiernos populistas como conservadores justifican el fracaso de sus políticas en la insuficiencia de poder. Los primeros indican que no tuvieron el poder suficiente para manejar resortes claves de la economía, los cuales se encuentran concentrados en pocas manos. Los segundos aducen que no tuvieron la suficiente fuerza para sanear la administración pública, mantener a raya el salario y deshacerse de las empresas públicas ineficientes.
Si ese fuera verdaderamente el problema, la solución se reduce a obtener la suma del poder público. Ante los excesos a los que la sociedad argentina está tristemente acostumbrada, no pareciera ser la solución.
En la visión de Diamand, el problema radica en lo que denomina una “estructura productiva desequilibrada”, en la que conviven dos sectores de productividad significativamente distinta. El agro pampeano, de alta productividad, que opera a precios internacionales y genera entrada de divisas; y el sector industrial, generador de empleo, pero de una productividad mucho más baja, que opera a precios notablemente más altos que el estándar internacional y produce para el mercado interno.
El meollo del problema es la balanza de pagos. El tipo de cambio habitualmente es fijado, sea mediante flotación o con tipo de cambio administrado, en el nivel que conviene al sector exportador, el campo. Ello agrava el problema de productividad, no sólo en la industria, sino en las economías regionales que no tienen el grado de productividad del campo pampeano. Es el caso del algodón en el NOA, la uva en Cuyo o la manzana en el Alto Valle.
La puesta en marcha de sistemas de protección a la industria nacional que activan o desactivan los gobiernos populares o conservadores respectivamente opera así como el mecanismo que moviliza la transferencia de ingresos hacia el sector trabajador, o hacia el sector de la gran empresa y las finanzas.
El citado texto no ofrece una alternativa de escape al círculo vicioso. Sería tal vez demasiado pretencioso pedir semejante cosa, siendo que la sociedad argentina no ha encontrado tal vía de escape en un centenar de años.
Sin embargo, el escrito finaliza mencionando otros tres círculos viciosos que operan como catalizador, fortaleciendo la tendencia a que la historia se repita. El primero es el de la deuda externa. En 1959, nuestro país ostentaba una deuda de u$s 500 millones. En 1982, la cifra llegaba a u$s 40.000 millones. En la actualidad, Argentina debe más de u$s 300.000 millones. Un incremento del 600% en 60 años.
El segundo es el carácter conflictivo del desarrollo. Los sucesivos cambios en la distribución del ingreso generan acciones sectoriales cada vez más fuertes en busca de obtener una mejor porción de la renta nacional.
El tercero es la eficiencia. La marcha y contramarcha cíclica en relación al desarrollo de una industria fuerte termina retrasando la mejora en la eficiencia empresaria, y por lo tanto en la productividad.
Nadie podrá dudar de la lucidez de un economista poco citado en los debates actuales. Tampoco se podrá decir que no hubo quien advierta a tiempo de las tensiones que ya presenta el actual modelo económico.
Fuente: «Pulso», Río Negro