El nuevo oro digital

Texto: Federico Kukso
 
En apenas ocho años, el bitcoin fue ganando terreno desde China hasta nuestro país. El
viernes 3 de marzo pasado marcó un récord: superó el precio de una onza de oro,
cotizando en los mercados financieros en 1.293 dólares. El FMI estima que el valor total
del mercado de todas las monedas virtuales ya alcanza los 7 mil millones de dólares.
 
Oro, plata, denarium, sestercio, dupondio, dólares, libras, liras, pesetas, dracma, francos,
rublos, coronas, pesos, won, yuan, yenes, euros y bitcoins. Desde su presentación pública
el 3 de enero de 2009, la criptomoneda impulsada por un grupo de programadores,
agrupados bajo la misteriosa figura y nombre de Satoshi Nakamoto, ha prometido erigirse
como un nuevo episodio en la larga y siempre turbulenta historia del dinero.
Bancos, empresas, universidades e incluso gobiernos han depositado su atención en esta
moneda virtual que augura desde sus inicios una revolución aún incumplida: un nuevo tipo
de transacción económica en internet que prescinde de instituciones financieras
regulatorias y gobernada democráticamente por una comunidad de personas conectadas
a un gran libro de contabilidad más conocido como “Blockchain”. “Bitcoin lo controlan
todos los usuarios de bitcoins del mundo –explican en el sitio web de la divisa–. Aunque
los programadores mejoran el software, no pueden forzar un cambio en el protocolo de
bitcoin porque todos los demás usuarios son libres de elegir el software y la versión que
quieran.”
Todo comenzó a finales de 2008 cuando empezó a circular un artículo de investigación
firmado por un japonés de nombre Satoshi Nakamoto en el que se explicaba los
fundamentos de bitcoin, una nueva moneda digital basada en un software de código
abierto y la tecnología P2P, es decir, la misma utilizada para intercambiar y descargar
canciones y películas. Esta novedosa divisa funciona por medio de cadenas de
información encriptada, que se almacenan en una cartera electrónica o la computadora
del dueño, y que se pueden intercambiar usando una red de información colectiva y
descentralizada llamada “Blockchain”.
Como cuenta el periodista Nathaniel Poppe en Digital Gold: Bitcoin and the Inside Story of
the Misfits and Millionaires Trying to Reinvent Money, este novedoso sistema buscaba
eliminar a los bancos de la ecuación económica. Y no sólo eso: pretendía suprimir
comisiones, preservar la privacidad en las transacciones, facilitar los micropagos entre
personas desconocidas. En plena crisis global y en un clima de desconfianza a las
instituciones financieras y bancos centrales, una nueva opción venía a encandilar y a
sacudir el mercado.
Nadie había visto a Nakamoto ni escuchado su voz. Pero todo el mundo dentro y fuera de
la red hablaba de él. Periodistas e investigadores privados fueron contratados para
resolver uno de los grandes misterios de la era digital, cazar y sacarle la careta a este
individuo misterioso, quien en 2011, cuando su criatura virtual comenzaba a crecer,
desapareció de la faz de la Tierra. Su colaborador, el informático Gavin Andressen, dejó
de recibir mails de su parte. En 2014, la revista Newsweek anunció que lo tenían: según la
publicación, se trataba de un físico de origen japonés que vivía en Los Angeles. Pero el
investigador desmintió la versión de la publicación. Un tiempo después, un empresario
australiano llamado Craig Steven Wright proclamó que él era Satoshi Nakamoto, pero en
este caso la comunidad agrupada alrededor de bitcoin no lo tomó muy en serio.
Sea quien fuere su creador, esta nueva divisa enamoró a todo el mundo. De China a la
Argentina –donde ya existe una comunidad de más de 10.000 bitcoiners locales–, esta
moneda digital y descentralizada que permite a las partes intercambiar valores crece y
crece.
Actualmente, un bitcoin equivale a 19.289,33 pesos. Su valor depende de dos factores: la
confianza de los usuarios y el volumen de uso en la compra por internet. De acuerdo con
sus propulsores, hay –a marzo de 2017– unos 16.200.000 bitcoins en circulación en el
mundo. Se estima que la generación de bitcoins, producido por las computadoras, crece
con una progresión geométrica cada cuatro años.
El viernes 3 de marzo pasado marcó un récord: superó el precio de una onza de oro,
cotizando en los mercados financieros en 1.293 dólares. Durante 2016, su precio se
disparó más del 120% y llegó a cotizar a casi mil dólares, frente a los 430 dólares de
enero 2016. Hace menos de diez años, el valor del bitcoin era de apenas unos céntimos
de dólar.
El oro y el bitcoin seducen a inversionistas por una razón: los perciben como “refugios
seguros”, garantías de tranquilidad en tiempos convulsionados. Según el empresario
sudafricano Vinny Lingham, CEO de la start-up Civic, especializada en protección de la
identidad digital, se están creando pocos bitcoins y la gente los ve como un buen refugio
frente a la devaluación de las monedas de sus países. “En vez de comprar dólares
compran bitcoins”, dice. Otros los ven como una gran alternativa de inversión.
Nuevas rutas de la seda
Según el historiador griego Herodoto, el dinero fue inventado en el siglo VIII a.C. por los
habitantes del reino de Lidia, un pueblo del Asia Menor ubicado en las costas del Mar
Egeo: ahí, se dice, comenzaron a circular por primera vez monedas de oro y plata que
llevaban la imagen de un león, el símbolo de aquel pueblo.
El dinero había nacido específicamente como un contador de bienes que no podían
mantenerse bajo supervisión directa. “En la Antigüedad, el dinero era una forma de
almacenamiento de información que representaba acontecimientos ocurridos en el
pasado –recuerda el tecnólogo Jaron Lanier, autor de ¿Quién controla el mundo?–. Las
concepciones modernas del dinero, en cambio, están orientadas hacia el futuro. El dinero
ha evolucionado a medida que lo hacía la tecnología utilizada para representarlo. El
dinero fue la primera forma de computación. En el actual mundo en red, el dinero se
guarda en algunas computadoras en el mundo: sólo el 8% del dinero del mundo existe de
forma física.”
Así se entiende el surgimiento de esta novedosa forma de intercambio. El Fondo
Monetario Internacional estima que el valor total de mercado de las monedas virtuales en
general –además de Bitcoin existen otras, como PeerCoin, Ripple, Litecoin y Dogecoin–
es de 7 mil millones de dólares.
Su principal ventaja es que, por primera vez en la historia, las personas pueden
intercambiar valor sin intermediarios, lo que se traduce en un mayor control de los fondos
y menores tasas. Y tan fácil como mandar un mail. “Es más rápido, más barato, más
seguro e inmutable –señalan sus impulsores–. Y sus usos van más allá de los pagos
entre pares. En muchos lugares, el bitcoin es menos volátil que la moneda local, por lo
que algunos lo utilizan para conservar valor, mientras que otros lo usan para consumir en
cientos de miles de vendedores en todo el mundo y en línea.”
Muchos lo eligen también por el anonimato. Por ejemplo, se ha utilizado esta moneda
digital para compras ilegales de drogas. El 2 de octubre de 2013, el FBI cerró Silk Road,
un portal que servía de mercado negro en línea y que operaba con bitcoins. Era conocido
como “el Amazon de las drogas” y en el que se podía comprar y vender desde pornografía
a placas falsas y armas.
Disrupciones
Como todo medio de intercambio económico, esta divisa electrónica se ha vuelto el objeto
de deseo también de ciberdelincuentes. En agosto de 2016, un grupo de piratas
informáticos robó bitcoins por valor de 58 millones de euros. Sin disparos ni capuchas ni
alarmas, sustrajeron 120.000 monedas virtuales de las cuentas de varios usuarios en la
plataforma Bitfinex en Hong Kong. El robo comenzó a minar la confianza internacional en
esta divisa alternativa a los medios oficiales.
El asunto es que el bitcoin puede ser extremadamente volátil. En China, donde se realiza
la mayor parte de los intercambios –muchos chinos están cambiando su dinero en bitcoins
a medida que se devalúa el yuan–, el Banco Central intensificó el escrutinio de los
intercambios en bitcoins, lo cual provocó que su valor cayera más del 30% a principios de
2017.
Para calma de los bancos, investigaciones recientes realizadas por el profesor de la
Universidad de Western Australia Business School, Dirk G. Baur, concluyen que el bitcoin
no supone ninguna amenaza para las instituciones bancarias. “Bitcoin no es una moneda
de uso masiva y posiblemente no llegue nunca a serlo”, indican los periodistas del Wall
Street Journal Paul Vigna y Michael J. Casey en su libro The Age of Cryptocurrency: How
Bitcoin and the Blockchain Are Challenging the Global Economic Order.
La Argentina es el país latinoamericano con mayor adopción de este medio de pagos. De
acuerdo con los datos de la ONG Bitcoin Argentina, en la actualidad existen unas 15
empresas en operación en el país. Por ejemplo, están la start-up Bitex y la casa de
cambio Satoshi Tango que procesa más de 500 transacciones semanales. Cobra una
comisión del 2% y le permite al usuario convertir pesos en bitcoins y viceversa. Otra es la
billetera digital Ripio y hasta Uber acepta bitcoins.
Buenos Aires es una de las diez ciudades del mundo con más comercios y servicios
adheridos al sistema. Comparte la lista con San Francisco, Nueva York, Los Angeles,
Londres. Por ejemplo, EntradaFan permite comprar con bitcoins entradas a conciertos y
espectáculos.
Las razones del salto a las monedas virtuales van más allá de la devaluación o sacudones
de las divisas tradicionales locales. Hay razones físicas: se sabe, por ejemplo, que el virus
de la gripe puede vivir más de dos semanas en un billete. Y es más: se estima que un
porcentaje importante de los billetes en circulación contiene rastros de cocaína.
Como otras disrupciones tecnológicas, bitcoin atrae a innovadores entusiastas como a
tecno-escépticos por igual. “Esta es una era digital y bitcoin es el dinero digital –escribe el
periodista Paul Vigna–. En un mundo donde se hace tanto comercio online, la simplicidad
y los ahorros de costos de transacción están a su favor.”
Sea finalmente aceptada o no como medio de intercambio, el mayor valor de esta
nueva opción es su fuerza alteradora, los cambios tecnológicos que puede llegar a
provocar en cascada: se estima que los programas informáticos que hicieron posible la
existencia de la moneda virtual también podrían conducir a una forma fundamentalmente
nueva de hacer transacciones y mantener registros en línea. Si eso sucede, el lugar en la
historia del bitcoin estará asegurado.