Abel Pintos: “Soy un ser humano que evita los conflictos”

Hace dos décadas que hablamos de Abel Pintos. Hace menos de una que lo hacemos en serio, desde que dejó definitivamente de ser aquella buena promesa, hizo una pausa de unos años y volvió evolucionado y revolucionado. Revolución fue el disco que marcó el quiebre, y desde entonces Abel no sólo se convirtió en palabra mayor de los festivales, sino que se volvió el artista número 1 de la Argentina.
Que si era más romántico o menos folklórico u otras cosas por el estilo formaban parte de la discusión superficial desde 2010 para acá: en el fondo, paso a paso y decididamente, Pintos pasó del adolescente al hombre y al artista consagrado en un abrir y cerrar de ojos. Y siempre lo consiguió sin dejarse llevar por los coqueteos del éxito: Abel Pintos es siempre él mismo, ahora que es el “1” y cuando no lo era, como aquel flaco desgarbado y de rulos que subió en 1998 al escenario Atahualpa Yupanqui sin que le temblara la voz, aunque tal vez sí las piernas.
Discos más, éxitos menos, festivales multitudinarios a montones, reproducciones en videos de a millones, nuevos cambios, de look, de estilos, buenos cambios. Todo el cuento terminó en dos explosivos estadios de River Plate, algo que casi ningún otro artista de cualqueir género logró en 2017, y ahora se prepara para abrir su 2018 en Jesús María.
Antes del concierto de esta noche, el Abel de siempre habló con VOS de este gran momento, de por qué no necesita de los conflictos y maneja un perfil bajo, reconoce que es un eterno aprendiz y prepara un show especial para Cosquín, en 10 días. ¿Cómo es un nuevo Jesús María? “Estar presente en un festival así siempre es muy simbólico, porque no es sólo ir y hacer lo de uno, un concierto, sino que además uno tiene la oportunidad de estar en un escenario que en cada edición sigue escribiendo parte de la historia de la música popular argentina”, asegura.
En este caso, su expectativa personal crece porque es la primera fecha del año, y para su público fiel también, que tendrá que asistir a la primera cita en el anfiteatro José Hernández.
Con River apenitas atrás, Abel dice que fueron dos conciertos “muy emotivos y especialmente amorosos. El público nos acompañó en la gloria que significaba estar en un lugar así, como en muchos momentos gloriosos de estos 22 años. También nos acompañó de la mejor manera en las adversidades con las que nos encontramos. Fue un símbolo de la cantidad de adversidades que nos han acompañado”. Pintos se refirió a la reprogramación del segundo recital.
–Desde afuera no se notan demasiadas adversidades.
–Independientemente de la magnitud de un concierto, de la popularidad, del momento en el que te encuentres, el viajar a algún lugar genera expectativas en el músico y en quienes esperan ver el concierto; y entonces que se frustre, por ejemplo, por una lluvia, es una adversidad grande. A lo mejor no va a trascendender, pero para todos los que son parte de esto es muy grande, y el sabor amargo se pasa de manera más amable dependiendo de cómo se comparte la adversidad. En estos 22 años, en situaciones adversas de distinta índole, el público ha sido muy compañero conmigo. Y yo siento haber acompañado de la misma manera, con respeto, cuidado y amor compartido. Lo de River fue un trastorno muy grande para todos, pero de la misma forma en que salimos a poner la mejor cara y la mejor actitud, el público también hizo. Eso fue para mí muy conmovedor. Son las cosas que trascienden lo artístico, las que te hacen sentir conectado con la gente con la que después compartís algo tan sensible como la música.
–¿La conexión es distinta para mil o para 60.000 personas?
–No tiene que ver con el número de personas que hay adelante, sino con el estado que queremos alcanzar cada uno de nosotros y todos juntos a través de la música. En los conciertos, desde hace muchos años, cuando ha habido 200 personas o 60.000, se genera un estado de complicidad, un clima especial. Por eso los llamo familia, no es un adjetivo de carácter oportuno. Tampoco es porque venga gente de todas las edades, sino por el trato que tenemos, que le damos a la música, sobre todo en vivo, cargada de amor y de códigos como los que suelen existir en la familia.
–Siempre supiste manejar la parte pública de tu vida. Nunca se te salió la cadena ni estuviste en conflictos.
–Mi entorno es probablemente el círculo de confianza y de contención primordial, fundamental, pero amén de eso soy un ser humano que evita los conflictos. No los necesito para aprender ni para verme reflejado; para crecer, mucho menos.
–¿Hacia dónde vas? ¿Alguna vez sentiste que tenías todo, que hiciste todo?
–Tengo ambiciones artísticas, pero son muchos más los sentimientos de falta de aprendizaje que tengo, de adolescencia, de alguna manera, aunque no soy adolescente. Siento que tengo muchas cosas para aprender, mucho por conquistar en lo que a aprendizaje se refiere. Eso es mucho más que las ambiciones artísticas. He vivido mucho, festejo todo lo vivido, pero constantemente tengo la mira puesta en todos los sitios donde siento que deseo fortalecerme en lo personal, y en lo profesional también.
–¿Por ejemplo?
–Un ejemplo muy simple, pero para mí muy complejo: estoy aprendiendo a manipular las herramientas necesarias como para poder grabar en cualquier sitio. A pilotear el ProTools, un programa de grabación, a hacer el setting de un micrófono, todas las cuestiones técnicas para grabar, el manejo de un estudio. Y sigo estudiando música: no empecé formalmente hace mucho, debo llevar cerca de dos años en teoría, guitarra, piano.
–¿Qué hubiera sido tener una adolescencia normal?
-Para mí, fue absolutamente normal. Hoy me doy cuenta, si la comparo con la adolescencia de mis amigos que no se dedican a esto, y puedo encontrar diferencias. Pero para mí fue normal. En una de mis canciones me pregunto “Qué podría haber sido si tomaba otro rumbo y hacia otro destino”. Cada tanto me pregunto, pero no sirve más que como un juego ilusorio, me refiere a algo lúdico, pero no verdaderamente importante.
-A la hora de componer, ¿dónde nace una canción?
–Escribir una canción es como cuando uno tiene un ataque desmedido de risa. Es imposible que uno programe qué día y a qué hora se va a reír a carcajadas. Muchas cosas se procesan adentro y algo funciona como disparador, y de golpe uno se encuentra riendo de forma desmedida o llorando de emoción. Con las canciones me pasa igual. Empiezo a tener una presentación, y viene en letra y música en pocos minutos. Luego paso mucho tiempo limándole los bordes, produciéndola, desde la lírica, la música y la producción. Pero el momento de la concepción de la canción suelen ser minutos, y es como un brote emocional.
FUENTE: La Voz del Interior